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Cuando decimos «basta» realmente ¿qué queremos decir?

Cuando decimos «basta» realmente ¿qué queremos decir?

Cuando por algún motivo buscamos un sinónimo de «basta», el diccionario nos ofrece la palabra «suficiente». En algunas ocasiones es indistinto usar una u otra; por ejemplo, cuando decimos: «Suficiente con lo que me ha servido» o «Suficiente por hoy, continuamos mañana. Aquí solo se trata de poner un límite circunstancial en una situación ordinaria que no incluye presiones. Es un límite funcional para evitar sobrecargas innecesarias o excesos perjudiciales. Es simplemente frenar una situación que no arrastra ninguna historia ni genera conflictos. Para este tipo de casos, la palabra «suficiente» alcanza y sobra.   Pero hay otras situaciones que sí tienen historia y también arrastran conflictos en los que la palabra «suficiente» resulta demasiado estrecha como para expresar el énfasis necesario y la carga emotiva que conllevan. Se trata de momentos en los que es necesario poner un límite contundente porque se ha llegado a un grado máximo de tolerancia (como cuando ya no se aguanta más y la capacidad para soportar desagrados ha llegado al nivel de saturación). Son esos momentos en que las energías se agotan en el intento de preservar la propia dignidad, cuando las demandas externas o internas superan la posibilidad de ser satisfechas; en fin, cuando ya no se puede seguir sosteniendo más lo insostenible. Es entonces cuando pareciera surgir de lo más profundo del deseo el rugido irrefrenable de un NO superlativo que arrasa con cuanto encuentra en su camino. Decir basta es una manera de condensar en un solo NO, con mayúscula, todos los minúsculos no que fueron omitidos a lo largo y ancho de un tiempo excesivo. Es un NO que lleva una carga explosiva y suena a definitivo. Es aquí donde aparece el basta en representación de ese NO para expresar que se ha producido una acumulación excesiva de situaciones indeseadas.   El «basta», a diferencia del «suficiente» ejecuta un límite por saturación. Con frecuencia se lo utiliza para dar a entender que no habrá marcha atrás ni revisión posible, y su envergadura pareciera ser directamente proporcional a la acumulación de infinitos y pequeños no que fueron silenciados. Llegado este punto de saturación , el basta se erige como un enorme monstruo que a menudo cae en la tentación de enarbolar banderas reivindicatorias. Es un monstruo convocado y temido, aplastante y al mismo tiempo liberador (como aquel personaje de ficción, El increíble Hulk, que se transforma en un monstruo reivindicador que arrasa con las injusticias).   Sacado del libro «Decir basta» de Clara...

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¿Qué más puedo hacer?

¿Qué más puedo hacer?

En general, las personas intentamos evitar la autorresponsabilidad de muchas maneras, por ejemplo no viendo o no queriendo ver lo que tenemos ante nuestros ojos y no queriendo admitir lo que sabemos. Muchas veces hacemos oídos sordos a aquella información que no queremos conocer. Después, cuando la decepción o el desastre se hacen evidentes decimos: “¿Cómo iba yo a saberlo?” Y nos persuadimos a nosotros mismos de que hemos sido víctimas de una desgracia imprevisible. En mi trabajo, atiendo a muchas personas que a menudo tienden a establecer relaciones poco ventajosas para ellas con personas que acaban tratándoles mal. Casi en todos los casos es posible identificar señales de aviso durante sus relaciones, que fueron ignoradas a nivel consciente. Pretendiendo no ver y no saber, pueden desempeñar el papel de “víctimas” y así descargarse de toda responsabilidad respecto a la situación. Quedarse mirando un problema y decirse a sí misma “espera a ver qué pasa” es otra manera de evitar la responsabilidad. En otras palabras, es una forma de decir: “Más tarde o más temprano se dará cuenta o el tiempo lo pondrá en su sitio”. Otra manera de evadir la responsabilidad es echar la culpa a los demás. Este gesto tiene una larga tradición. Adán culpó a Eva por comerse la manzana, Eva a la serpiente por incitarla a comérsela y la serpiente podría haber dicho: “no pude evitarlo, es que yo soy así”. El problema es que cuando se echa la culpa a los demás no reflexionamos sobre la propia contribución al problema y no se buscan soluciones, realmente es como si colocáramos un muro entre nosotros y la búsqueda de una solución. Cuando esto se repite a la hora de afrontar los problemas que nos vamos encontrando, el aprendizaje se resiente y por supuesto nuestra autoestima se menoscaba. Como último ejemplo de múltiples maneras de evadir nuestra responsabilidad quiero destacar la actitud de: “Ya he hecho suficiente”. Algunas veces hacemos determinadas cosas para resolver un problema o alcanzar un objetivo y después nos decimos a nosotros mismos: “Ya he hecho bastante. Yo lo he intentado. Nadie puede decirme que no lo he intentado”. Y no nos preguntamos: “¿Qué más puedo hacer?”, las veces que haga falta, las que sean necesarias, porque solamente la gente que persiste en hacerse esa pregunta es la que hace girar el mundo. Quiero dejar claro que la autorresponsabilidad nada tiene que ver con la omnipotencia. Hay veces en que, a pesar de la dedicación y la perseverancia que mostramos, no llegamos a alcanzar nuestras metas. Entonces no tenemos por qué culparnos ni hacernos reproches, sino decirnos sinceramente: “He agotado todos los recursos que conozco”. Llegado este momento quizá sea necesario pedir...

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«Yo sólo disfruto haciendo feliz a la gente que quiero»

Yo sólo me siento bien si los que me rodean también se encuentran bien” o “yo sólo disfruto haciendo feliz a la gente que quiero”. Estas frases son las más pronunciadas por la mayoría de las mujeres con las que trabajo. Entran dentro de un perfil de “entrega en cuerpo y alma”; mujeres dedicadas a sus hijos y a su pareja, que cuidan de sus padres, que también han ocupado el rol de madre de sus hermanos, en definitiva, mujeres que carecen de un proyecto de vida propio. Sí que es cierto que la entrega de una madre o un padre por sus hijos es totalmente natural, sana y necesaria. Es normal que una madre o un padre se entreguen a sus hijos y esa entrega se produzca de manera natural y necesaria. Estamos dispuestos a hacer muchas cosas por ellos. Pero que las hagamos no quiere decir que neguemos nuestra propia existencia o que sintamos que no somos nada sin ellos de manera que sólo encontramos sentido a nuestra vida viviendo la de ellos. Y este es el GRAN ERROR y lo que convierte la vida de muchas de estas mujeres en un vacío absoluto o en un fracaso vital. Mujeres que han olvidado quiénes son, cuáles son sus necesidades, que no se acuerdan de cuándo fue la última vez que disfrutaron de algo porque ya no sienten placer por nada, que son esclavas de los “deberías” y que apenas si se reconocen cuando se miran a un espejo. La creencia que mantiene esta manera de conducirse por la vida es que “hay que dar todo y no es importante recibir”. Cuando transitamos por la vida de esta manera, en lugar de sentirnos satisfechas con nuestra vida y crear un clima de seguridad con la gente que nos rodea, los hacemos dependientes, egoístas y tiranos y acabamos enfermando en muchas ocasiones, lo que hace que al final ellos tengan que cuidar de nosotras. Lo ideal es que, en cualquier grupo de personas, cada uno sea capaz de cuidar de sí mismo dentro de sus posibilidades (su edad, sus circunstancias…), de esta forma habría espacio para una adecuada interacción y ayuda en momentos puntuales. Cuando ayudamos a los demás sin tener en cuenta nuestras necesidades, la ayuda se convierte en obligación, esfuerzo, sentimientos de culpa si no lo hacemos, rabia y desafección. Así en lugar de actuar desde el cariño, una se siente esclava de la situación y siente que no tiene vida...

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Aunque tengas miedo…¡hazlo!

Aunque tengas miedo…¡hazlo!

En un país lejano había un lugar casi desértico donde apenas llovía. Sus habitantes pasaban hambre y escasez. Separado solamente por un precipicio insondable había un lugar paradisiaco en donde crecían todo tipo de frutas y alimentos. Nuestro protagonista se acercaba al precipicio y lo recorría de arriba abajo mirando hacia el horizonte con envidia. Un buen día llegó a un sitio donde el precipicio se estrechaba y pensó que podía saltarlo si se entrenaba. Se entrenó durante mucho tiempo, hasta que llegó a la conclusión de que ya saltaba una distancia mayor que la dimensión del precipicio en aquel lugar. Un buen día, intentó el salto, pero cuando llegó al borde se paró asustado. Su corazón latía de forma tremenda y el estómago se le subía a la garganta, pensaba que había estado a punto de matarse. Siguió entrenando y, de vez en cuando, lo intentaba de nuevo. Siempre le ocurría lo mismo. Pensó que lo que le pasaba es que no tenía ni seguridad ni confianza suficientes para poder saltar y, desesperado, pensaba y pensaba cómo podría conseguirla. Mientras, su autoestima se iba deteriorando rápidamente. Un día estaba sentado, deprimido, mirando al precipicio, cuando vio llegar corriendo a un paisano que saltaba limpiamente al otro lado. Se quedó con la boca abierta. Al cabo de un rato apareció con un saco de comida al hombro y, saltando en dirección contraria el precipicio, pasó al lado de nuestro protagonista, quien no pudo menos que preguntarle donde se adquiría la seguridad, confianza y autoestima que le permitían saltar de esa forma el precipicio. El paisano le contestó: “Hace un año yo estaba como tú mirando a este precipicio imponente y no me atrevía a saltarlo. Pero llegó un momento en que me di cuenta de que o saltaba o mi hijo moriría de hambre. Me lancé hacia la otra orilla dispuesto a morir si fuera necesario y casi, casi me mato. Me agarré al otro lado con la punta de los dedos, viendo el abismo que me llamaba. Pude subir al otro lado, cogí mucha fruta y volví. La vuelta es más sencilla, porque el borde de allí está más alto que este. Cuando vi que de nuevo mi hijo sufría por el hambre, volví al precipicio. Esta vez estuve aún más cerca de la muerte; pero también logré saltarlo. Así, fui haciéndolo muchas veces y ahora ya no pienso en lo que me puede pasar si fallo, salto y ya está”. Nuestro protagonista, animado por lo que había oído, se lanzó a saltar. El miedo le atenazaba y casi se mata, pero logró cogerse a una piedra que salía en la pared y, subiendo, llegar al otro lado....

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¿Qué he hecho yo para merecer esto?

¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Con frecuencia se niega o se quita importancia a la violencia psicológica en las relaciones de pareja, otras veces damos explicaciones simplistas convirtiendo a la víctima en responsable de las agresiones (será que es masoquista, es que le hace perder los nervios…). Dar este tipo de explicaciones hace que se niegue la fase de dominio que tiene lugar en este tipo de violencia y que hace que la persona que lo sufre se paralice y no pueda defenderse además de negar la violencia de las agresiones del que la ejerce y las secuelas psicológicas del acoso en la víctima. En muchas ocasiones las propias víctimas no llegan a la consulta verbalizando que su pareja ejerza algún tipo de violencia sobre ella y menos aún que esta violencia sea psicológica. Normalmente su demanda gira en torno a un estado de ánimo deprimido, a cambios bruscos de humor, a crisis agudas de ansiedad e incluso en algunos casos a “intentos fallidos de suicidio” o como muchas personas se refieren a ellos como simples “llamadas de atención”. En otras entradas abordaremos este tema ya que por desgracia se ha convertido en la primera causa de muerte no natural en nuestro país, por delante de los accidentes de tráfico. El dominio lo establece una persona que pretende paralizar a su pareja poniéndola en una situación de confusión y de incertidumbre y que se llega a él por un exceso de tolerancia por parte de la persona agredida. Muchas veces esta tolerancia se origina en las propias creencias sobre la lealtad familiar que mantiene esa persona, por ejemplo, en aceptar un papel reparador de cualquier conflicto que se produzca y adoptar una actitud de sacrificio por la familia y en otras muchas ocasiones por creencias irracionales acerca del amor y de la pareja que son reforzadas por la socialización de género (debo anteponer mis deseos y necesidades a las de mi pareja, debo mantener a la familia unida, debo cuidar de todos, lograré que con el tiempo cambie a mejor, debo hacer lo que me pida aunque no me apetezca, debo complacerle sexualmente en todo lo que me pida para que no lo busque fuera…).En fin, todo aquello que muchas mujeres siguen haciendo en nombre del AMOR que nunca han tenido la oportunidad de conocer y que siguen creyendo que es lo que las mantiene “atadas” a una pareja en muchas ocasiones “perversa”. Pero esa perversión no se demuestra en público. Ya se cuidan mucho de seguir aparentando lo que no son, precisamente para poder seguir agrediendo. Si los demás lo vieran claramente podrían poner en alerta a la pareja y el chollo se les acabaría. La violencia que ejercen es mucho más sutil,...

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“Mi madre parió gemelos, al miedo y a mí”

“Mi madre parió gemelos, al miedo y a mí”

Todos hemos experimentado esta emoción a lo largo de nuestra vida. Y aunque en muchas ocasiones sentir esta emoción nos ha ayudado a detectar posibles amenazas y a poner en marcha estrategias para hacerle frente en otras ocasiones evita que nos arriesguemos para probar cosas nuevas y así poder cambiar, crecer y evolucionar. Hay muchos tipos de miedo: a envejecer, a la soledad, a las catástrofes naturales, a la pérdida de la seguridad económica, a la muerte, a la enfermedad, a perder a un ser querido, a tomar decisiones, a cambiar de profesión, a hablar en público, a cometer un error, al rechazo, al fracaso o al éxito, a la desaprobación… Pero el miedo más profundo, el más grande de los miedos…el que logra paralizar a cualquiera es: ¡NO PUEDO AFRONTARLO! En el fondo de cada uno de nuestros miedos está simplemente el miedo de no poder afrontar lo que nos pueda deparar la vida. Esta falta de confianza en nosotros mismos es la culpable de la mayoría de nuestras limitaciones. Y cuando empezamos a reforzar esta confianza nuestro campo de acción se abre, nos aventuramos, nos arriesgamos y actuamos y así crecemos. Y así llegamos a otra “gran verdad”: “EL MIEDO NO DESAPARECERÁ MIENTRAS YO SIGA CRECIENDO” Sé perfectamente que esta afirmación no es precisamente la que querías oir. Pero antes de sentirte decepcionado puedes considerarlo un alivio ya que no hace falta que trabajes tanto para liberarte del miedo ¡No desaparecerá! A medida que fortalezcas la confianza en ti mismo lo que cambiará será la forma en que te relacionas con el miedo ¡ya no lo evitarás! Y así llegarás a otra “gran verdad”: “LA ÚNICA FORMA DE LIBERARSE DEL MIEDO A HACER ALGO ES HACERLO” Si reeducamos nuestra mente podemos aceptar el miedo como un simple hecho de la vida, más que como un obstáculo. De esta manera también dejaría de sentirse como un problema psicológico propio del campo de la terapia y podría trabajarse desde el área de la educación… ¡Qué gran noticia! ¿Nos importa realmente de dónde proceden nuestros miedos? Hay veces que conocer las causas de las pautas negativas que establecemos no nos conduce necesariamente al cambio, sin embargo, creo que si algo te preocupa debes partir desde el punto donde estás y hacer lo necesario para cambiarlo. Si tus miedos desaparecieran… ¿Qué cambiarías en tu...

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